EL VINO EN LA POESÍA HISPANO HEBREA
Jorge Zúñiga Rodríguez.
1.-Introducción. El vino -iáyin en hebreo, palabra de origen probablemente
sumerio o cananeo- ha tenido una gran importancia en la cultura judía en
general, de la cual la hispano hebrea es parte. Ya en los primeros capítulos de
la Biblia (libro sagrado que repudia la embriaguez, pero no la alegría
producida por el vino) aparece Noé, personaje no judío pero el primer hombre
que planta una viña después del Diluvio, y se embriaga (vivió 350 años más
después de la borrachera, lo que puede demostrar que el vino alarga mucho la
vida) Luego están los episodios de la embriaguez inducida de Lot, que le
conduce al incesto; el asombro (y la alegría) de Moisés al ver el tamaño "king
size" de los racimos de uva que producía el territorio de Canaán, tierra que
se aprestaba a invadir. También las referencias al vino en la historia de los
patriarcas, y finalmente -dejando fuera muchos otros (hay más de 200
referencias al vino en la Biblia hebrea, entre ellas la que eximía al
vinicultor de participar en la guerra si estaba a punto de iniciar la
vendimia)-, las poéticas comparaciones entre el vino y el amor que aparecen en
El Cantar de Los Cantares (¡Béseme con su boca a mí, el mi amado, son más
dulces que el vino sus amores.! - de la versión en octava rima castellana de
fray Luis de León)
El Talmud, como la Biblia, reglamenta el uso y el abuso del vino (No hay
alegría sin vino. Cuando entra el vino, el buen sentido se va y los secretos
escapan. El vino hace burla, el licor alborota y cualquiera que se descarría
no es sabio. El vino alegra a Dios y al hombre) De dulce y de agraz...
La "kashrút", conjunto de leyes dietéticas que regula todo lo que se ingiere,
confiere gran importancia al vino, estableciendo un estricto ritual para su
fabricación, en la cual deben intervenir sólo varones judíos (machismo puro!);
vigilar todo el proceso un rabino desde la producción hasta el embotellado;
limpieza extrema de los instrumentos y de las instalaciones, desde la recogida
de la uva y durante todo el proceso de fermentación y sellado; certificación
rigurosa de levaduras, enzimas y ácido tartárico necesarios para la
elaboración; y -lo más importante- paralización de toda actividad humana en la
faena durante el Shabát. Las uvas deben proceder de viñedos a partir de los
cuatro años de su plantación, y dejar descansar la viña cada siete,
condiciones también certificadas por el inspector rabínico.
El vino es utilizado en varias ceremonias litúrgicas, en la sinagoga o en la
casa, como la santificación del Sábado al atardecer del viernes (hay un chiste
israelí!), y la separación del Sábado de los días siguientes; en los
matrimonios, las circuncisiones y la mayoría de edad de "mujeres e varones",
como diría el anónimo cantor de El Cid; al regreso del cementerio (quién dijo
que el quitapenas era chileno!); en la Cena Pascual, donde están ordenadas
nada menos que cuatro copas llenas por cada comensal, más una para el profeta
Elías, que nadie consume pero es muy tentadora, etc. En la fiesta de Purím o
"de las suertes", es obligación beber "ad ló iadá", es decir, hasta perder el
sentido. Existe una bendición especial para el vino que debe recitarse en
todos estos eventos, copa en mano, y dice: "Bendito seas Señor Dios, Rey del
Universo, que creaste el fruto de la vid". Las copas en que se bebe
ritualmente el vino se han convertido en objetos de arte, muy apreciados por
los coleccionistas.
2.-Tema. Los judíos españoles o sefarditas (Sefarad quiere decir España en
hebreo, o España se dice Separad, en hebreo) tuvieron una estrecha relación
con el vino en la Península, adonde habrían llegado legendariamente en el
siglo X antes de la era común, y durante la Edad Media fueron propietarios o
arrendatarios de viñas y productores de vino -no sólo ritual- especialmente en
las comarcas de La Rioja y Andalucía. No eran los únicos, en todo caso, pues
los españoles o hispanos de la época y de otras procedencias, también rendían
entusiasta culto al dios Baco.
Entre los siglos X y XIII, época de oro de los judíos en España -fenómeno
social y cultural que en realidad debe agradecerse a la entrada de los árabes
musulmanes-, multitud de poetas judíos adoptaron la métrica y la temática
(hasta el idioma) árabes y comenzaron a cantar al vino y a los placeres de la
vida (se "avisparon" tanto, que también aprendieron la homosexualidad, ya lo
verán!)
Entiendo que los expositores que en este simposio se han referido o se
referirán a la filosofía, a la arquitectura, a la literatura y a todas las
artes que florecieron entre los judíos españoles en este período
hispanomusulmán, ya dejaron sentado el principio de la beneficiosa o más bien
determinante y absoluta influencia árabe sobre los judíos, y los demás, en
todos estos temas -influencia que en el pensamiento se extendió desde
Maimónides hasta Spinoza- por lo que me remito al tema del vino en la poesía
hispanohebrea.
Jamás se les habría ocurrido a los judíos españoles dedicarse a cantar con
tanto entusiasmo en sus poemas las excelencias de la borrachera -o para ser
más sutil, de la embriaguez-, pues habían vivido por más de mil años en la
Península a la sombra puramente comercial de los fenicios primero, y de los
cartagineses después, todos semitas, para luego caer bajo la tutela militar de
los romanos y la tremendamente represiva y católica de los visigodos a
continuación. La llegada de los árabes musulmanes abrió a los judíos un mundo
nuevo, progresista, libertario y también libertinesco, del cual pudieron
participar exonerándose un poco del ámbito oscuro y plano de la religión, en
que se habían refugiado hasta el momento. Y el fruto de estas nuevas
condiciones históricas, no exentas de graves vicisitudes en verdad, se traduce
en la poesía.
El primero, entre los notables poetas hispanohebreos, fue Dunásh Ibn Labrát,
quien habiendo nacido en Bagdad (miren qué lejos!) se estableció en Córdoba
(la sultana!) al finalizar el milenio. Allí fue maestro y polemista de la
gramática hebrea, calcada también de los progresos que en esta materia habían
iniciado los árabes respecto a su propia lengua. Murió bastante extenuado y
amargado por los resultados de las guerras gramaticales entabladas con sus
propios correligionarios judíos, las que no fueron óbice para que nos dejara
estrofas como ésta dedicadas al vino:
"Me dice: no duermas, bebe vino añejo.
Hay alheñas y lirios, mirra y áloe
en el jardín con granados, palmeras y parras;
plantas agradables y muchos tamariscos,
ruido de acequias y sones de laúdes..
Bebamos entre arrates rodeados de azucenas,
alejemos las penas con varios panegíricos,
comamos dulces manjares, apuremos las jarras;
seamos cual gigantes y vaciemos las tinajas".
¿Qué tal? Y sólo son fragmentos de una obra mayor, en que los placeres del
vino se sitúan en el contexto de la naturaleza y los poetas hacen partícipes a
las plantas en el ágape báquico, junto con el aroma de las flores y el suave
rumor del agua que regaba los jardines. Más adelante veremos cómo a esta
fiesta del vino los poetas hispanohebreos incorporan al sol, a la luna y a las
estrellas, elevando su poesía a dimensiones verdaderamente cósmicas,
cosmogónicas o cosmológicas.
Más contenido e introvertido, por el momento, es Isaac Ibn Jalfún,
contemporáneo del anterior y de origen africano, pero instalado también en
Córdoba, que en su poema Imagen del Vino dice a su amigo en frases breves,
adelantando el lenguaje escueto pero acompasado de la poesía moderna, lo
siguiente:
"Deberías contentar hoy a mi alma
con cumplido alborozo,
con un presente celebrado,
bueno,
bien conservado,
agradable,
encomiado,
que los corazones alegre sin demora
y haga bailar las almas doloridas;
acrisolado
cual plata y oro,
como sangre de toros,
viejo
como las rocas fundamentales,
añejo,
virgen
no conocido por varón desde la prensa,
sellado".
Es notable cómo en ninguno de los versos Ibn Jalfún nombra al vino, aparte del
título del poema, pero quien le escucha sabe indefectiblemente a qué se
refiere.
"Vierte la sangre de uvas en copas de cristal puro,
como fuego apresado en el granizo.",
inicia de esta manera su largo elogio poético al vino, Samuel Ibn Nagrela,
político, militar y gran mecenas de su pueblo, nacido en Mérida (Extremadura),
por la misma época que los anteriores, pero educado en Córdoba (!dónde, si
nó!), con esta figura deslumbrante y sicodélica: vino-sangre-fuego/
copa-cristal puro-granizo. Y continúa:
".y bebe, cuando trinan las aves al alba,
el zumo que brilla en el vaso como la luz."
Las borracheras de los poetas andalusíes, fueran judíos, cristianos o
musulmanes, duraban hasta el amanecer.
Ibn Nagrela no pierde ocasión de manifestar su exagerado chauvinismo
extremeño-andaluz, cuando dice más adelante en el mismo poema:
"Su aspecto es rojo y agrada a quien lo bebe;
se elabora en España, y a la India llega su aroma.",
recomendando al vuelo, como si no creyera suficiente beber de madrugada:
".y no dejéis descansar al vino por las noches;
apagad la candela, ¡que os iluminen vuestras copas,
que en la tumba no hay cantos, ni vino, ni amigos!"
Es el "carpe diem", concepto acuñado por el poeta romano Horacio que los
poetas árabes y judíos hicieron suyo en España, y que más tarde sería
resucitado por los poetas del Barroco y el Romanticismo europeo. Ya un poco
más despejado, Ibn Nagrela escribe:
"Amigo mío, ¿cuándo vendrás a beber mi vino?
El canto del gallo me ha despertado,
no hay sueño en mis pupilas.
Salid a ver por el oriente
la luz del alba como un hilo escarlata.
Daos prisa, antes que se alce la aurora,
y escanciadme en la copa
mosto oloroso y zumo de granada".
Alcanza ribetes bucólicos y pastoriles, cuando describe así el simple acto de
servir el vino en el jardín:
"El escanciador llenaba la copa de rubíes,
la ponía sobre una cesta de mimbre multicolor
y la enviaba por el agua al que quería beber,
como a un novio, cual novia, en una litera".
Continúa con otras figuras tan propias de la mente desatada de un borracho
genial, como aquellas en que describe la visión cinética del mundo que
adquiere el consuetudinario bebedor exaltado, cuando ve girar la tierra como
un bailarín y desplazarse el universo de los cielos como un ejército en
furiosa batalla.
La razón vuelve a su cauce, sin embargo, cuando al final del poema reflexiona
en forma sentenciosa:
"Este vino debería quedar bien guardado,
encerrado en escondrijos sellados
para el que beba con alegría los zumos de la uva
y coja la copa con manos expertas;
para el que observe las normas escritas sabiamente
y tema el castigo después de la muerte".
¡Nos aguó la fiesta el poeta!, pero no importa pues nos quedan otros como el
sublime Yehudá Haleví, nacido en Tudela, Navarra, a comienzos del milenio, y
atraído en su juventud también hacia Córdoba. Para contentar al Profesor
Alfredo Matus -no por nada es el Director de la Academia Chilena de la Lengua
Española y también vuestro censor, entiendo-, recordaré aquí, de pasada, que
este es el poeta de quien se han encontrado los famosos zéjeles, jarchas y
muasajas, que dan fe de que en el principio de nuestra lengua castellana, las
medidas estaban muy repartidas entre el árabe y el latín: Desd cand meu
Cidiell venid, aj que tant bon albixara; com rayo de sol exid, allá por
Guadi-al-jaxara!)
Examinando lo que en árabe puro escribía en Córdoba el poeta judío Haleví en
torno al vino, encontramos lo siguiente:
"Sólo me animaré cuando beba el mosto de tu boca / arrullado por el canto de
tórtolas y golondrinas,
mientras las gotas de agua de rocío / parecen húmedos bedelios y amatistas.
Ha pasado el invierno y llega / el tiempo del amor, amigo mío,
relájate, reclínate,/ extingue las penas con vasos placenteros..
La brisa del jardín es perfumada, / ¡levántate y bebamos!
Dirígete a la casa de tu amigo y a su vino / a la copa que gira como el sol en
su diestra:
es rojizo, mas lo purifica el cristal / tanto que por su color se ruborizan
los corales.
¡Que venga a mí y haga huir todas mis penas! / sea esa la señal de la alianza
entre nosotros!"
De poco le sirvieron sus hermosas arengas poéticas al vino, a la vida y al
amor, pues murió alanceado por un jinete musulmán ante las puertas de
Jerusalén, al final de una larga peregrinación personal iniciada desde España.
Mejor suerte tuvo el granadino Moisés Ibn Ezra, contemporáneo de Haleví, pues
nació de familia ilustre, disfrutó de fortuna y murió en su cama, aunque al
final de sus días se quejaba en sus poemas de quebrantos económicos y abandono
por parte de sus amigos. Acerca del vino escribía con pluma maestra, con
bastante menos entusiasmo, eso sí, que los anteriores:
"El tiempo frío huye como una sombra / su lluvia escapa y con ella sus carros
y jinetes.
El sol gira al comienzo de Aries / según la ley de su órbita, como un rey en
su diván.
Se ciñen turbantes de flores las colinas / y la llanura túnicas de césped y de
hierba,
hacen llegar hasta nosotros aromas de incienso / escondido en su seno durante
el invierno.
Dame la copa que hace que reine mi alegría / y aleja de mi corazón el dolor;
apaga el ardor de su fuego con mis lágrimas / ya que la ira arde en su
interior;
obliga a temer al destino, pues sus dones son / como veneno de serpiente con
algo de miel.
Con su deleite el vino engaña a tu alma por la mañana / y asegura sus mentiras
por la tarde:
Bebe, no obstante, durante el día hasta que la noche huya / con la mano de la
aurora agarrada a su tobillo".
El último (-aviso para que se animen-), es Salomón Ibn Gabirol. Nació en
Málaga en 1020 y fue sepultado en Lucena 38 años después, pues padecía de
tuberculosis (¿producto de las trasnochadas?, habría que preguntarse) De
pésimo genio -tal vez por su misma enfermedad- era, más que l´enfant terrible
como lo han catalogado los estudiosos, el "pesadito" de su generación. No
obstante, se pegaba unas voladas admirables mezclando en sus poemas la
teología, la astronomía -en la cual también era experto- y la filosofía. En
sus propias estrofas dedicadas al vino encontrarán Ustedes la respuesta a una
inquietud que les quedó desde un párrafo anterior:
¡Alza, amado! / ¿Qué te pasa, que estás somnoliento y dormido?
Álzate y bebe un poco del vino rojizo / ven y entonemos un canto al sarmiento
con él nos inclinaremos ante Dios / y ante él nos prosternaremos.
¡Para quedarse mudo! -yo creo que hasta Dios le tenía miedo- y habrán ustedes
despejado la incógnita al escuchar que dice amado, y no amada.
Es más explícito cuando prosigue en otras estrofas:
Si me llevas, amigo, hasta las viñas / y me das de beber, me llenaré
de alegría y las copas de tu amor, apegándose a mí / quizá ahuyenten mis
angustias.
Y tú, si te bebieras de mi amor ocho vasos, / yo hasta ochenta de tu amor me
bebería.
Si a tu lado expirara excava, amigo mío / mi tumba en las raíces de las viñas:
lávame con el agua de las uvas /embalsama mi cuerpo con perfumes de agraces.
No llores, no hagas duelo por mi muerte / hazte flautas y cítaras y arpas;
sobre mi tumba no derrames polvo / que no sea de odres viejos de vino añejo y
nuevo.
Un poco más:
"El labio de la copa / como un sol que naciera entre las palmas de mi amigo,
está besando el mío. / Arde un fuego en el agua de las vides
que me devora sin tocar mi ropa. / Nadie ha visto un espejo de vidrio que
creara
un hombre con mi imagen / cuyo mosto me habla quedamente:
Lo bebimos. El rayo daba brincos / expulsando tinieblas de mi casa,
por ella disemina risólitos y ágatas / disgregando mi sueño en las esquinas.
Se engríe de su lámina de oro / delante de una nube
que recoge en mi umbral cadenillas doradas / y cuyas aguas eran
como las de la nieve del Senir / o como la poesía de mi Samuel.
Dame el vaso; bebe tú (igual) si no hubiere / y míralo en la imagen
de tu mejilla clara. / Al que de ti está enfermo y casi muere
con esos ojos tuyos / que de enfermo parecen, dale vida.
Oh cervato, que paces entre lirios, / abrévame con zumo de granadas"
(¿Quién dijo que el tema de la diversidad sexual era novedad? Pero volvamos al
vino)
Con la mal llamada Reconquista -y explico que los visigodos cristianizados y
sus descendientes que la iniciaron, fueron tan invasores en la Península como
los árabes musulmanes y los romanos paganos antes; entonces, ¿de qué
"reconquista" me hablan?- y la consecuente expulsión de "moros" y judíos, se
acabó el estro de los poetas hispanohebreos, y los ejemplos de su poesía
posterior en lengua castellana o judezmo -incluso la dedicada al vino, que
podría esperarse más chispeante- no vale la pena considerarlos. Para que se
desengañen por su cuenta, cito solamente dos estrofas de una composición
anónima recogida en Turquía (menos mal que no dije Bulgaria, señor Embajador!)
en el siglo XIX y titulada de acuerdo al primer verso, como los romances:
"Mi vino tan querido / dime de qué viña sos venido.
Tan ermoza es tu color / más y más es tu savor.
Y las copas sean anchas / que las hinchen (llenen) las muchachas;
las muchachas muy ermozas / siempre sean venturosas".
Como conclusión de esta larga y para muchos aburrida exposición (¡no me digan
que no!), podemos establecer que la inspiración, la temática y aún las
técnicas de los poetas hispanohebreos, fueron un simple calco (préstamo
cultural o producto intercultural, dirán los académicos) de la esplendorosa
poesía árabe que floreció en la Península e iluminó a las culturas menores que
se encontraban allí (la judía y la cristiana) ¡Pero fue brillante (la
hispanohebrea)!. Podemos consolarnos pensando que tampoco fue original la
extraordinaria poesía de los árabes en España, y que éstos la recogieron de
otras culturas (tal vez la india) entre las muchas que sometió su imperio el
cual llegaba, como deben recordar, desde el Ganges hasta Gibraltar. Pobre
consuelo.
Lo que no quisiera para nada que concluyeran, es que este maduro expositor
vino a hacer, ante tiernos jóvenes universitarios, una apología del vino y del
carrete. Y para que esto no suceda confío plenamente en vuestra sólida
formación humana y académica, que les obliga, por otra parte, a someterse -de
vez en cuando, menos mal- a tediosas sesiones ilustrativas como la que ahora
mismo termina.
Agradezco la invitación a los organizadores para que participara con este tema
en esta Jornada de Cultura Judeoespañola, y en especial a Soledad Chávez, a
quien insto a que siga progresando en su estudio del judeoespañol en
caracteres rashí, y por supuesto a todos los presentes por la paciencia para
escucharme.
¡Salud, y muchas gracias! Berajá i salú!.
© Jorge Zúñiga, 2007