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Contaba los pasos, girar,
taconear y vuelta a empezar.
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Era una manera de acortar
las horas y el tedio de un día de guardia. La lluvia, fina, le mojaba el
uniforme, de su gorra caían gotas en cada movimiento. Con envidia miraba al
interior de la comisaría, donde el sargento y otros colegas bebían café
alegremente. De vez en cuando atisbaban a la calle y le hacían musarañas
divertidas.
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Seguía caminando de una
esquina a otra, pensando que mañana tendría que estar en la calle dirigiendo
el tránsito.
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Y el tiempo transcurría
lentamente, un pequeño perro le ladró al pasar, no le hizo caso, le gustaban
los perros aunque quería más a los gatos. Ese pensamiento le trajo recuerdos
antiguos, recordó especialmente a su abuelo. ¡Ah!...el abuelo con su gato
regalón, sus extrañas ideas y tradiciones, cosas olvidadas ya.
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Tendría que cocinarse algo
en cuanto estuviera en su modesta pieza de alquiler, tal vez leería algunos
de los libros que llenaban su morada.
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La lluvia paró y unos
tímidos rayos de sol asomaban por ahí. De pronto se interrumpió su monótono
andar. Un coche tirado por caballos se detuvo frente a la comisaría, de él
descendieron un grupo de venerables ancianos, todos barbudos, parecían
antiguos profetas.
-
Buenas tardes, señor
guardia.
-
Buenas.
-
Esta es la Décima
Comisaría ¿no?
-
Sí.
-
Disculpe pero
quisiéramos hablar con el señor comisario.
-
Bien, ¡cabo de
guardia!
-
¿Qué
pasa?
-
Estas personas
quieren hablar con mi teniente.
-
Bueno que pasen.
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Extraños personajes, no
sabía por qué pero le trajeron añoranzas de su abuelo, su forma de hablar,
de comportarse, sus nobles miradas.
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Miró el interior y vio al
comisario con los ancianos, hablaba con ellos, en sus gestos se notaba estar
sorprendido.
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- ¡Isaac!
- Voy mi teniente.
- Isaac, ¿usted conoce a
esta gente?
- No señor- observó a los
ancianos con curiosidad.
- Pues bien, han venido a
solicitar que le autorice a usted, para ausentarse y asistir a no sé qué
ceremonia de suma importancia y le precisan.
- ¿Yo?...pero.
-
Deje
la guardia, y no haga esperar más a esta gente, tiene tres días de franco.
Eran diez varones los que
precedían la mesa, todos vestidos en forma inmaculada y con sus cabezas
cubiertas, le habían comprado un traje nuevo – aunque preferiría estar de
uniforme-, le hablaron y contaron cosas que le emocionaron. Eran nueve y con
el hacían diez, él era el décimo.
El más anciano se levantó,
estaba tocado con un chal blanco y celeste.
-
Les
presento a este joven policía que tiene el honor de compartir con nosotros,
y que gracias a él ha sido posible completar un minian y así poder festejar
por primera vez el año nuevo en este generoso país.
Tomó un hermoso libro y
comenzó a recitar, con energía, con amor, con esperanza…
-
¡Escucha Israel, Dios
nuestro Señor…
Por los oscuros ojos de
Isaac comenzaron a rodar lágrimas, abundantes, únicas, eternas,…para siempre.
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