El comienzo de la diáspora sefardí se remonta
al fatídico año de 1391, en el que las persecuciones y las conversiones forzadas
condujeron corrientes de fugitivos hacia el norte de África, y hacia el oriente
mediterráneo, donde ya existían comunidades hebreas. Durante el periódo siguiente hasta
1492, el movimiento migratorio afectó también a los cristianos nuevos, sobre
todo a partir de la caída de Constantinopla en manos otomanas (1453) y del comienzo de
las persecuciones inquisitoriales en España (1481). Pero es a partir de la expulsión
masiva de los judíos en 1492, y de las posteriores emigraciones de judeoconversos de
España y portugal durante los siglos XVI - XVII, cuando podemos estudiar con mayor
precisión el singular fenómeno especial de la dispersión del judaísmo sefardí y los
diferentes modos de fundación de sus nuevos centros de asentamiento. En éste el período que la literatura especializada llama Sefarad-2,
para diferenciarlo del anterior a la expulsión -la medieval Sefarad-1 -, y del
período posterior - Sefarad-3 - que comprende desde la segunda mitad del siglo
XIX hasta nuestros días. En este último tramo se produce la desestabilización de la
diáspora sefardí en oriente, dando lugar a una emigración con rumbo a la Europa central
y occidental provocada por la situación económica y por otros varios factores
políticos, como, por ejemplo, las nuevas regulaciones otomanas que obligan a los jóvenes
judíos a incorporarse al ejército para cumplir con sus obligaciones militares, etc. El
desmembramiento del Imperio Otomano (1863-1920) es también causa del éxodo de sefardíes
turcos y balcánicos hacia el Nuevo Mundo. Pero obviamente, tal como se indica en el
título de la ponencia, es solo de Sefarad-2 de lo que vamos a ocuparnos en esta
exposición.
Como es sabido, los judíos españoles después del edicto de
expulsión siguieron distintas rutas en su emigración: por el norte, a Navarra y a los
territorios pontificios de Francia; por el sur, hacia el norte de África desde donde
algunos núcleos continúan camino hasta la Tierra de Israel; por el oeste, hacia
Portugal; y por levante, vía Italia, hacia los Balcanes, Grecia y Asia Menor, continuando
también algunos de ellos hasta Israel. A través de los países ribereños del
mediterráneo se crean así dos arcos cuyos extremos son Israel y España, los cuales
contituyen, como indica H. Beinart, un eje del más profundo significado en la historia
del judaísmo español.
Dentro de la península italiana los primeros asentamientos tienen lugar en Roma,
Ferrara, Génova, Ancona y Pisa, y en época algo más tardía, en Venecia, Livorno y
otras ciudades. A éstas les siguen las comunidades de los Países Bajos, donde Amsterdam
acaba engendrando la de Hamburgo al este, la de Londres al norte y la antiguas de los
Estados Unidos y el Caribe hacia el oeste.
A las vías de dispersión citadas debemos añadir una
corriente adicional: la de la emigración a las colonias portuguesas de Goa, Ormuz,
Malacca, costa de Malabar y Cochín, que se vió incrementada durante el siglo XVI por la
incorporación de criptojudíos.
En todo caso, fue en el Imperio Otomano
donde se afincó el más nutrido grupo de los judíos expulsados en 1492, estableciendo en
un primer momento comunidades en Constantinopla, Edirne y Salónica, de donde irradiaron a
otras ciudades como Esmirna, Valona, Brusa, Monastir, Sofía, Belgrado, Damasco, Safed,
Jerusalén, Tiberíades... y a casi cualquier núcleo urbano de importancia en el oriente
mediterráneo. Fue allí donde se dieron, asimismo, las condiciones más favorables no
sólo para que los expulsados de España desarrollaran sus actividades económicas sino
también y sobre todo para que reorganizaran su vida comunitaria de acuerdo con sus
tradiciones religiosas y culturales. Por que en la estructura política abierta de la Sublime
Puerta, nombre que se daba al Imperio Otomano, constituyeron los sefardíes
una más de las otras naciones (o milet) que lo componían,---como la búlgara, la griega,
o la armenia. A diferencia de éstas últimas, la sefardí carecía de un territorio
localizado, quedando dispersa por todo el Imperio e identificándose como minoría étnica
gracias a su lengua. Fue éste uno de los principales factores que permitió y propició
el hecho de que los sefardíes continuasen hablando su lengua y cantando canciones y
romanzas que habían traído de España, sin adoptar la lengua y cultura de la sociedad
---turca, griega, búlgara, etc.--, en el seno de la cual se habían insertado.
En occidente los judíos hispanoportugueses de origen
converso formaron igualmente sus comunidades. El triunfo de la independencia de los
Países Bajos, el advenimiento de la República en Inglaterra bajo Cromwell y la
fundación de colonias holandesas e inglesas en el Nuevo Mundo favorecieron el libre
establecimiento de los criptojudíos hispanos en Europa occidental y allende el
Atlántico. Dado el florecimiento económico y el alto nivel intelectual de este
componente sefardí, no es de extrañar que los Países Bajos junto con Italia se
convirtiesen en un importantísimo centro editorial en el que se imprimieron numerosos
libros de la literatura sefardí. Como veremos más adelante, el desarrollo y la difusión
de la literatura sefardí están frecuentemente condicionados por los acontecimientos
históricos y sociales en los que se ven inmersos estos portadores de la cultura ibérica
allí donde se asientan.

Principales corrientes de emigración de
España y Portugal a partir de 1492
El
carácter socio-económico La creación literaria
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