2. B. Carácter
socio-económico
Antes de pasar revista al proceso de
asentamiento de los sefardíes y a sus quehaceres en los nuevos centros, convendría
examinar cuál fue el devenir de la herencia española mantenida fuera de la Península
durante siglos en los dos grandes bloques en que los sefardíes se reagrupan, el oriental
y el occidental.
Diremos en primer lugar que frente a la unidad geopolítica del área
turco-balcánica en la que la lengua hispana fue para los sefardíes tan seña de
identidad como pueblo como lo fue su religión, destaca la variedad de estados y entidades
políticas en occidente, si bien también aquí siguieron pensando, hablando, escribiendo
y orando en un castellano perfecto.
En el ámbito linguistico literario sobresale en oriente la creación de un nuevo
mundo de cultura judeoespañola en su especial español sefardí escrito con letras
hebraicas. Frente a ello en occidente se siguió cultivando una literatura hispánica
prácticamente igual a la peninsular de la época, con predominio del idioma castellano,
si bien en diversos centros sirvió ésta sólo de lengua escrita, mientras la hablada fue
la portuguesa, tal es el caso, por ejemplo, de las comunidades que desde San Juan de Luz
hasta Dantzing se fundaron en los siglos XVII y XVIII.
Las nuevas comunidades creadas se asientan, pues, sobre el firme pilar de la
lengua, pero también sobre el de su lugar de origen, y tanto sus nombres como
instituciones y cargos eran manifiestamente hispano. Así lo muestran los nombres dados a
los santos gehalim "Castilla", "Aragón", "Catalán",
"Gerús", "Mayor", "Portugal", etc., manteniendo cado
uno de los moldes españoles en su forma de organización y en sus instituciones.
Hay que destacar además dos fenómenos singulares de la diáspora sefardí. El
primero es un fenómeno paralelo al que se desarrolló en España, en donde en el siglo
XVI el castellano se apoderó de todo el territorio linguístico español; igualmente en
el Imperio Otomano la pequeña minoría oriunda de Castilla impuso su lengua, primero a
las otras ramas hispánicas del judaísmo, y después a gentes que no tenían nada que ver
con España, como los judíos sicilianos, italianos, griegos, turcos y ashkenazíes.
El segundo, es el sentimiento nobiliario y la conciencia de arraigo al hogar
patrio. A modo de ejemplo, quiero sólo citar aquel pasaje de la loçana andaluza en
la que Ranpín al enseñarle la loçana la judería romana le dice "Esta es sinagoga
de catalanes y esta de abaxo es de mugeres. Y allí tudescos, y la otra franceses, y ésta
de romanescos e italianos, que son los más necios judíos que todas las otras naciones,
que tiran el gentílicio, y no saben su ley. Más saben los nuestros españoles que todos,
por que hay entre ellos letrados y ricos y son muy resabidos. Mirá allá donde
están".
Ese sentido de la dignidad que poseían los sefardíes se manifiesta en su talante
lo mismo que en su esmero en el vestir. Aun aquellos cuya condición social era humilde,
como por ejemplo, los mozos de cuerda de Salónica o los vendedores de pan de España en
las calles de Esmirna, ostentaban pese a su pobreza la vieja grandeza española.
Para rematar con esta presentación general de las características de cada uno de
los bloques de la comunidad sefardí conviene destacar que es también característico de
las comunidades de occidente el que, en general, tuvieron que establecerse por etapas, a
partir de la nada (mientras que los orientales se establecen generalmente en donde ya
había comunidades asentadas), y que pasaron por una época de clandestinidad antes de
pregonar su entidad como comunidad.
Encuanto al proceso de adaptación y asentamiento, comenzaremos por el área
turco-balcánica que aquí nos interesa más en la medida en que propicia en marco
histórico para la creación literaria en lengua sefardí.
Merced a las condiciones que ya mencionamos y a la muy favorable actitud de
las autoridades turcas, interesadas en recibir a la mayor cantidad posible de judíos con
el objeto de repoblar y desarrollar las nuevas tierras conquistadas, el proceso de
absorción e inserción en el Imperio Otomano fue para los sefardíes relativamente corto.
En el intervalo de unos pocos años ya había comunidades sefardíes en muchas de las
provincias del Imperio a lo largo del Mediterráneo y del Mar Negro establecidas con
preferencia en las grandes ciudades, pero también en núcleos de población más
pequeños. Entre las comunidades más importantes descollaron las de Constantinopla,
Esmirna, Adrianápolis, Salónica y Safed, no solo como centros de vida económica y
cultural, sino también como florecientes núcleos de vida religiosa y espiritual. Safed
en particular vino a formar un centro único en su género de místicos y piadosos (mequbbalim),
muchos de los cuales se ganaban la vida como humildes tejedores y cuyo ascendiente
irradiaba a todo el mundo judío. También Adrianápolis y Salónica alcanzaron fama de
baluartes del misticismo y del mesianismo en los tiempos del falso mesías Sabetay Çeví.
Por lo general esta sociedad sefardí fue de carácter predominantemente urbano; en
ella había no sólo comerciantes sino también maestros y oficiales artesanos
especialmente del vidrio y del textil y otros, que lograron bastante auge en el comercio y
las industrias locales y alcanzaron un cierto grado de prosperidad material.
En el siglo XVI hubo prominentes judíos, tales como Don Yosef Nasí, Doña Gracia
Mendes, los médicos de la familia Amón, Salomón Abén Yaish, etc., que ejercieron
influyentes y prestigiosos cargos en la corte del Sultán.
Pero no fueron Bayaceto II (1481-1512) y Solimán el Magnífico (1520-1566) los
únicos en invitar a los sefardíes a establecerse en sus dominios. También lo hicieron
los gobiernos de otros varios países de occidente, incluso la misma Santa Sede. Las
razones han sido muy discutidas, pero parece que el interés socio-económico es el que
prevalece en la mayoría de los casos. tal motivo lo expresaron abiertamente autoridades
turcas; y también es este mismo factor el que indujo en 1492 a Juan II de Portugal a
autorizar que se establecieran en sus dominios familias de los expulsados de España, e
igualmente el que llevó a los mismos Papas- a excepción de los reaccionarios Pablo IV y
Pío V- a otorgar a los criptojudíos de la Península salvoconductos especiales en los
que se les garantizaba que en caso de ser perseguidos por herejía sólo quedarían
sujetos a la juridicción papal.
Esa misma fue la actitud de otros monarcas: desde Luis XI de Francia (1474) hasta
Cristian IV de Dinamarca (1622) les prometieron derechos y privilegios, entre los cuales
destaca el no ser molestados por su ascendencia.
A modo de ejemplo mencionaré sólo la famosa Carta privilegio denominada
"Livornia" (1593) otorgada por el tercer Gran Duque de Toscana, Ferdinando I,
que para establecer los puertos francos de Pisa y Livorno trató de atraerse especialmente
a judeoconversos hispanos. La Carta privilegio que promulgó para tentar a los
comerciantes "extranjeros" contiene entre otras una cláusula muy notable que
dice: "Queremos además que durante dicho período, nínguna Inquisición, visita de
reconocimiento, denuncia, o acusación se haga con vosotros o vuestras familias, ni
aún cuando en el pasado puedan haber vivido fuera de nuestros dominios bajo capa de
cristianos, o con nombre de serlo".Así la comunidad sefardí de Livorno en poco tiempo se convirtió
gracias a la Carta privilegio en uno de los centros importantes del judaísmo de la
época. Llegaron a monopolizar el comercio del coral, las especies y medicamentos,
introdujeron la fabricación del jabón, montaron telares para el tejido de sedas y lanas
y fundaron una compañía de seguros marítimos, amén de los cuantiosos donativos que
hicieron al Gobierno.
En 1593, Livorno era poco más que un pueblecito pesquero, dos siglos más tarde
sólo la población judía se elevaba a algo más de siete mil habitantes. No menos de
dieciséis familias disponían de carruajes; y ésto en una época en la que, en la mayor
parte de Italia, les estaba vedado a los judíos.
Pero lo más floreciente de las comunidades
sefardíes de Europa fue Amsterdam, tanto desde el punto de vista cultural como
económico. Durante los siglos XVII-XVIII fue el escenario de una extraordinario
florecimiento de su literatura tanto secular como religiosa creada por los sefardíes, y
se convirtió en residencia permanente o transitoria de un gran número de egregios
judeoconversos de la Península Ibérica que, recién separados de ella, eligieron los
Países Bajos para volver a profesar el judaísmo.
De la comunidad de Amsterdam emanan otros nuevos asentamientos: a Menashe Ben
Israel, uno de sus más egregios dirigentes se debe la fundación de la comunidad sefardí
de Londres (1665); y fueron judíos de Amsterdam los que emprendieron la colonización
judía en el Brasil y luego de las Islas del Mar Caribe, cuya consecuencia directa fue el
nacimiento del judaísmo norteamericano.
La ayuda que los holandeses recibieron en la guerra contra los españoles y
portugueses, tanto de los judíos de Amsterdam, influyentes en la Compañía de las Indias
Occidentales, como de los correligionarios en el mismo Brasil, redundó en grandes
previlegios para los colonos judíos después de la conquista de aquel país.
Se formaron populosas y prósperas comunidades sefardíes en Recife, Bahía y otras
plazas brasileñas, cuyos miembros controlaron gran parte del comercio marítimo, los
ingenios azucareros y las plantaciones, el tráfico de esclavos y las industrias que
constituían la riqueza de la colonia holandesa. Recife que apenas contaba con 150
habitantes se convirtió entre 1630 y 1639 en un importante puerto con dos mil familias,
cuya población era enteramente judía, hasta el punto de disputarle a Amsterdam el nombre
de Nueva Jerusalén. Culturalmente, la colonia judía del Brasil era una
prolongación del sefardismo holandés.
Tan idílica situación no duró sin embargo largo tiempo. Los sefardíes
asentados en Brasil se dispersaron después de la reconquista de Pernambuco por los
portugueses en 1654, quienes durante el período siguiente usaron el Brasil como colonia
penal y especialmente para la deportación de cristianos nuevos sospechosos de
judaizar. Pero la Inquisición acabó pronto con el criptojudaísmo, y hacia 1750 su
existencia en el Brasil como elemento distinto de la población católica pertenecía ya
al pasado.
Parecida suerte corrió el judaísmo hispano-portugués en las colonias españolas.
En cambio, subsisten aún hoy día antiguas comunidades sefardíes en los dominios
holandeses de Curaçao, Surinam, Jamaica y algunos núcleos en otras partes de las Indias
Occidentales Británicas.
La llegada en 1654 a Nueva Amsterdam de sefardíes fugitivos de Recife supone el
inicio de la presencia judía en Norteamérica; aquellos sefardíes fundaron la comunidad
hispano-portuguesa de Shearit Yisrael, que es la primera y más antigua de los
Estados Unidos.
Las
corrientes de emigración La creación literaria
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